El concepto de ciudad inteligente debe ir más allá del hecho de la aplicación de las últimas innovaciones tecnológicas para una ciudad, sus procesos y servicios, y más allá del hecho de dar un nombre elegante a la enésima transformación del espacio urbano. El concepto de ciudad inteligente debe plantear una visión transformadora, holística e integral de la ciudad, centrándose en el ciudadano como objetivo final.
Desde hace años se producen movimientos en todo tipo de ámbitos –en el caso que nos ocupa de las Ciudades Inteligentes también. Intentan convertir la promesa del Internet de las Cosas (IoT, del inglés Internet of Things) en una realidad. Sin embargo, siendo realistas no se han obtenido avances realmente significativos. Año tras año se nos presenta como el de la eclosión definitiva del mercado (1). Existe un cierto consenso en el mercado, de que en ocasiones encontramos orientaciones demasiado sesgadas a la tecnología, o enfocadas únicamente a la obtención de eficiencias, y de la elevada dificultad que tiene para un único actor posicionarse como proveedor único, por diferentes motivaciones: heterogeneidad de los elementos de la cadena, dificultad para capturar múltiples visiones verticales, nuevo portafolio de servicios alejados de los tradicionales, etc., para lo cual establecer modelos de colaboración y cooperación es clave.
Ante las limitaciones de recursos de las Administraciones Públicas para ofrecer nuevos servicios, se requieren mayor intercambio y compartición de activos entre Administraciones, así como nuevos modelos de relación con los suministradores de servicios. Estos nuevos modelos de relación, donde más de dos partes pueden estar involucradas, hacen que se requieran modelos económicos y de reparto de ingresos diferentes a los utilizados hasta la fecha.
Si bien cada ciudad tiene sus particularidades, no es raro escuchar a los ciudadanos reclamando que el tráfico es cada vez más caótico, el transporte público es ineficiente, la contaminación ha alcanzado niveles alarmantes, la recogida de residuos y la limpieza se convierte es deficiente y poco eficaz, y el tiempo de respuesta del gobierno en relación a las demandas de la población está lejos de ser considerado ideal.
Ante todos estos hechos, ¿cómo gobiernos, ciudadanos y empresas se están comunicando y organizando para resolver temas que son del interés de todos? Es decir, ¿cómo es posible gestionar mejoras en ciudades que albergan a millones de personas, garantizando que la calidad de los servicios disponibles para la población sea evaluada constantemente y, más aún, que las mejoras se realicen realmente de manera oportuna y con una calidad acorde a lo que esperan los ciudadanos?
En este punto, el concepto de smart city viene a aportar las respuestas sobre cómo garantizar el bienestar social en las grandes ciudades, manteniendo su desarrollo económico. Al centrarnos en los problemas a ser resueltos en las metrópolis, discutiendo con los ciudadanos cuáles son las necesidades básicas a ser solucionadas, y al analizar nuevamente cómo las personas se conectan entre sí, es posible usar estos elementos como base para transformar una ciudad, haciéndola mejor para vivir, con más inteligencia disponible para tornar el día a día de las personas.
En consecuencia, el concepto de ciudad inteligente debe ir más allá del hecho de la aplicación de las últimas innovaciones tecnológicas para una ciudad, sus procesos y servicios, y más allá del hecho de dar un nombre elegante a la enésima transformación del espacio urbano. El concepto de ciudad inteligente debe plantear una visión transformadora, holística e integral de la ciudad, centrándose en el ciudadano como objetivo final.
Cuando una ciudad decide implementar iniciativas relacionadas a las smart cities, en primer lugar, debe definir sus objetivos, y, posteriormente, desarrollar la estrategia. Debemos considerar las características de la ciudad, si tiene vocación turística o es un área industrial, como también en qué momento se encuentra en esta transición para convertirse en una ciudad inteligente (2).
Una vez que todos los objetivos están claros, es necesario priorizar las líneas de actuación y desarrollo; buscar los mejores modelos de financiación de las iniciativas (líneas de financiación del gobierno o sociedades público-privadas para pagar las inversiones); monitorear constantemente el plan para garantizar que esté alineado a la estrategia definida y, principalmente, mantener la comunicación con los ciudadanos.
Para realizar una verdadera transformación en las ciudades, es necesario tener visión, voluntad y liderazgo político, siempre con un enfoque en resolver problemas concretos por medio de tecnologías que puedan utilizarse para facilitar la vida en las metrópolis, aportando bienestar a los ciudadanos, recordando que cada ciudad tiene su particularidad. Más allá de esto, adoptar un estándar ya probado y aprobado en otras ciudades reduce los riesgos relacionados en esta tipologías de proyectos complejos (3).