El modelo energético tradicional, hasta la fecha, se caracterizaba por ser centralizado, unidireccional y analógico. Además, el consumidor era un actor pasivo. Ahora, en cambio, nos encontramos ante la convergencia de diferentes fenómenos que están cambiando para siempre el paradigma del sistema energético.
Por un lado, los objetivos de sostenibilidad y la necesidad de reducir nuestra dependencia energética del exterior han impulsado la necesidad de descarbonizar la red, de hacerla más sostenible, promoviendo nueva legislación desde la Unión Europea y creando un nuevo modelo energético altamente distribuido, que integra cientos de millones de puntos de generación renovable. Es la generación denominada de autoconsumo, a la que también podemos hacer referencia como «behind the meter», porque está en nuestras casas, en nuestros edificios, en nuestras industrias.
Para entender este fenómeno baste decir que España es actualmente el quinto país del mundo en producción de energía solar y eólica. La fotovoltaica de autoconsumo, en concreto, ha llegado ya a superar los 5 GW de potencia instalada, según la Unión Española Fotovoltaica (UNEF). Vamos camino de alcanzar el objetivo que ha marcado Europa de un 65% de fuentes renovables de la demanda eléctrica.
Son muy buenas noticias, sin duda. Pero también supone todo un reto, ya que nos lleva a un sistema muy complejo de gestionar. En este contexto extremadamente distribuido, la digitalización de las redes eléctricas adquirirá un papel fundamental para impulsar la transición energética, dando lugar a una red del futuro más inteligente, más resiliente y más flexible.
El equilibrio indispensable
Las energías renovables, por su propia naturaleza, no son predecibles y no son regulables. Esto puede poner en jaque al sistema eléctrico y en concreto a la estabilidad de la frecuencia de la red. Para ello se debe garantizar que en todo momento la generación y la demanda estén equilibradas.
Aquí es donde entra en juego la flexibilidad de la demanda. Debemos actuar y regular el lado de la demanda para poder seguir garantizando ese equilibrio que el sistema necesita en todo momento. Por ello se requerirá una gestión más inteligente y digital de la energía.
En este sentido, el software podría ser el gran protagonista de la red eléctrica del futuro, junto a tecnologías como la IA o el gemelo digital, que proporcionarán un análisis y control de todos los tipos de recursos distribuidos y detectará problemas potenciales en función de la carga y la generación actuales y previstas calculadas. La tecnología digital nos permitirá incrementar la visibilidad de la red de distribución y conocer así cuáles son sus necesidades, para obtener una mayor eficiencia tanto energética como operativa.
También debemos desplegar tecnologías que favorezcan el almacenamiento energético: para garantizar por un lado el aprovechamiento de los recursos disponibles y evitar el desperdicio de energía con los conocidos como “curtailments”, y para actuar a modo de “reservas” que nos permitan cubrir la falta de generación renovable en un momento dado.
Vamos por lo tanto hacia un sistema dotado de una mayor “flexibilización” que debe abarcar desde el lado de generación, dotando a las redes de mayor capacidad para ser gestionadas y para generar una respuesta dinámica, gracias a la digitalización, hasta el punto de consumo. Es en este punto que los consumidores, ya sean particulares, edificios, industrias o infraestructuras, se tendrán que dotar de sistemas basados en hardware “inteligente” y software que les permita gestionar la energía desde un punto de vista diferente, enfocándola como un activo en lugar de un gasto.
Esta situación a todas luces compleja es, al mismo tiempo, una oportunidad, si somos capaces de desplegar la flexibilidad del sistema eléctrico a gran escala. Como recompensa, conseguiremos una red más inteligente y un sistema energético en el que podrán participar más usuarios finales, rentabilizando su energía y permitiéndoles ser más eficientes, además de favorecer la flexibilidad que tanto necesitamos.