La actual revolución industrial y la necesidad de descarbonización (mal llamada así, “desfosilización” sería un término más apropiado) se nos presenta como una consecuencia fundamental del establecimiento de objetivos por parte de la financiación sostenible en Europa, basados en una regulación normativa que ha supuesto un cambio de paradigma en lo que al seguimiento de mejoras ambientales y de reducción de emisiones de gases de efecto invernadero se refiere. Y no es éste el único motivo, por supuesto, pero sí una de las fuerzas impulsoras del actual proceso de cambio, ya que los acontecimientos internacionales y el planteamiento de “nearshoring” se han integrado en una tormenta perfecta y con una extensión más allá del continente europeo.
Pocos podían prever que la aparición del paquete normativo del Pacto Verde Europeo (“Green Deal”) en 2019 fuera a suponer un terremoto normativo e industrial como ahora sabemos ha supuesto. Pocos creíamos que la exigente hoja de ruta que la Unión Europea estableció para el desarrollo de esta iniciativa sin precedentes fuera a desarrollarse sin pausa y a golpe de tambor, sin dilación y con una asunción en círculos políticos como pocas otras iniciativas han supuesto.
Y esas han sido dos de sus principales fuerzas impulsoras: la obligación reglamentaria y normativa, y la rápida asunción por parte de los gobiernos y estados, además de una implacable extensión a nivel mundial, ya que el principio de la financiación verde ha incendiado el polvorín de la financiación mundial de proyectos mediante el carácter verde. A ello ha seguido un extenso rompecabezas legislativo, no siempre coherente (por qué no decirlo), ni tampoco tecnológicamente neutro, pero sí revolucionario en lo que a sus hitos y plazos, así como en lo que a su enorme exigencia ha supuesto.
Legislación, financiación y paradigma ambiental, tres banderas imbatibles unificadas en un ariete que ha puesto patas arriba a la industria europea y mundial, iniciando un cambio irreversible en actividades y procesos industriales, y en una renovada sostenibilidad ambiental. Tecnologías emergentes para la producción de hidrógeno, metanol o amoníaco renovables, captura de CO2, producción de biogás y metanación, generación eléctrica renovable, almacenamiento eléctrico y térmico, o modificación radical de procesos, son algunos ejemplos que actualmente gestionamos.
Pero el aspecto clave se apoya en la capacidad de unión de todos los actores que debemos formar parte de este escenario: empresas, impulso efectivo de las administraciones y el firme propósito de hacer las cosas de manera diferente, para que los resultados sean mejores, diferentes y no similares.
No podemos dejar pasar la oportunidad. Tenemos y debemos cambiar el escenario industrial en España.