Para ello será necesario un cambio de paradigma en la manera en la que se produce y consume la energía que entraña una serie de retos.
En primer lugar, disponer de tecnologías maduras para sustituir a las actuales, lo que implica coordinar las actividades de investigación y desarrollo, claves para aportar soluciones para el futuro, con las necesidades tecnológicas para poder reducir las brechas de descarbonización.
Por otro lado, la transformación del sistema energético implica la necesidad de gestionar flujos multidireccionales, conocer mejor el consumo energético e implicar a la ciudadanía en la participación en el sistema energético del futuro, siendo agentes activos en el mismo, gestionando una gran cantidad de datos, lo que requerirá una profundización de la digitalización.
Adicionalmente, será necesario trabajar en la implicación de las personas que viven en los territorios en los proyectos y profundizar al tiempo en la equidad, teniendo en cuenta aspectos como la pobreza energética o la igualdad entre mujeres y hombres.
Además de lo anterior es clave realizar esta transición prestando especial atención a la sostenibilidad y a la compatibilidad de las transformaciones con la conservación de la biodiversidad, la vida en el planeta y el medio ambiente.