Articulo
05 mayo 2021

Carme Artigas Brugal, Secretaria de Estado de Digitalización e Inteligencia Artificial

No puede haber economía de futuro si no se construye mediante una transformación digital.

El mundo de 2020 ya no es el de 2019. Todos los países estamos atravesando una crisis sanitaria sin precedentes a causa del COVID. Esta emergencia ha puesto a prueba nuestra capacidad de reacción, adaptación y resiliencia como personas, ciudadanos y trabajadores, y ha tenido un impacto profundo en nuestro sistema sanitario, económico y social.

Este año nos ha enfrentado a uno de los mayores retos colectivos de nuestra historia, lo que ha desplazado del foco cuestiones de vital importancia ante la obligación de dar respuesta a lo urgente. Pero cuando la emergencia pase porque la ciencia encuentre una respuesta ante ella, los auténticos retos de futuro seguirán esperando. Porque no son de futuro, sino de presente. Y no son otros que el desafío tecnológico y la emergencia medioambiental.

Hablamos de dos retos, el ecológico y el digital, cuando en realidad deberíamos hablar de uno solo: no puede haber economía de futuro si no se construye mediante una transformación digital; del mismo modo, no es posible una sociedad de futuro sino se erige sobre el compromiso de la eficiencia energética y el desarrollo sostenible.

Tecnología y sostenibilidad son pues dos vectores de una misma necesidad. Y la solución a los retos del mañana pasa precisamente por ser capaces de articular una transformación tecnológica hoy. Un cambio que contribuya no sólo a impulsar la economía, cerrar brechas digitales y multiplicar las posibilidades de desarrollo, sino sobre todo a que ese progreso digital tenga lo medioambiental en su centro de actuación.

Es ahí donde las tecnologías más disruptivas cobran más sentido: el uso eficiente de los datos y el desarrollo de la Inteligencia Artificial van a suponer un antes y un después en muchos procesos, así como en el desarrollo de oportunidades de negocio y del modelo económico en todos los sectores. Pero no se trata sólo de que el progreso tecnológico no implique una mayor huella ambiental, sino de que el desarrollo digital contribuya de forma efectiva a reducir el impacto sobre nuestro entorno, ya no a posteriori sino incluso a priori, incorporando lo digital y sostenible como principios de diseño.

En ese sentido, invertir infraestructuras digitales eficientes será clave para impulsar la competitividad de la economía europea, de la misma forma que apostar por el desarrollo de la economía circular debe ser un estímulo a la creación de nuevos puestos de trabajo, cuya creación requerirá la necesaria capacitación tecnológica y ambiental de la ciudadanía.

Igual que entendemos que la digitalización es transversal porque afecta a todos los ámbitos y sectores productivos, lo ecológico debe estar en el centro de cualquier estrategia o plan de acción, ya venga de las administraciones públicas o del ámbito empresarial privado. Sólo con un esfuerzo común de todos podremos crear un mundo para todos.

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